El aire en la habitación se volvió denso, cargado de tensión, de memorias que se negaban a morir.—¡Alexis, suéltame! —exclamó Sienna, luchando contra las manos que la retenían.Él la sostuvo con desesperación, empujándola suavemente contra la camilla del hospital, como si temiera que, si la dejaba ir, ella se desvanecería para siempre de su vida.Sus ojos estaban inyectados de dolor y rabia contenida. Era un hombre quebrado, con el corazón al borde del abismo.—No… no, escúchame —suplicó, su voz temblaba, ronca, llena de un amor que se aferraba con uñas y dientes—. Te amo, Sienna, nunca te olvidé, ni te olvidaré. ¡Nunca fui de otra mujer y nunca lo seré! Te esperaré, recuérdalo… me equivoqué, lo sé, pero te amo. Haré lo que sea, lo que me pidas. Te suplicaré perdón todos los días de mi vida, hasta mi muerte, si es necesario. Pelearé por ti, lucharé contra quien sea, ¡porque sé que aún me amas!Sienna lo miró con una mezcla de furia, con lágrimas contenidas que se negaba a dejar escapa
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