44. Sonrojándose una vez más
El toque de las manos de Juan Pablo en sus mejillas es de seda. Muy suaves hasta el punto de desorientarla unos segundos. Gladys se de cuenta que finalmente están dentro del restaurante y han dejado atrás a los periodistas con sus preguntas y sus flashes de cámaras.Verlo aquí, oírlo, y, sobre todo, tenerlo tan cerca luego de la última vez es más difícil de lo que creyó. Baja la mirada, traga saliva y se echa hacia atrás.—Eh, estoy bien. Gracias —carraspea. “¿Gracias?” le dijo ¿Gracias? Pero ¿Qué le sucede? Gladys se arregla su gabardina y debido a los nervios se arregla su cabello, evitando la mirada de Juan Pablo—. ¿Dónde está la salida?—No saldrás con esas sanguijuelas esperando por ti. Ya te vieron, no te dejarán en paz —para Juan Pablo, que ha pasado estos días buscando a Gladys, es un alivio ya verla. Ella, tan frágil como la rosa más hermosa de su jardín, se contrae con sus palabras y hasta sus dichos, y no la culpa de querer marcharse. Pero es imposible apartarse de ella. La
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