—¡Lulu, mesa cinco! —Mi jefe me gritó desde el otro lado del bar. Suspiré, pero caminé hacia allá. Ese era mi nuevo nombre. Nunca se hacía más fácil, pero debía cambiarlo en cada lugar nuevo al que iba, ya que no podía arriesgarme. Había trabajado en seis bares distintos a lo largo de los años, sin querer quedarme demasiado tiempo en ninguno. Cuanto más lejos me mantuviera de la manada, mejor, no podía regresar hasta encontrar lo que estaba buscando. Había estado viviendo entre humanos, pero no era difícil hacerlo, puesto que con mi collar, eso era lo que parecía ser. Aún pensaba en mis amigos todos los días, aunque sabía que había hecho lo correcto. Sus vidas eran más importantes que mi estabilidad emocional. Puse la sonrisa falsa que había perfeccionado con los años.—Hola, ¿Qué les puedo traer? —Pregunté suave y despacio, observándolos. Estaba mal, lo sabía, pero cuanto más creyera un hombre que me interesaba, más dinero ganaba en propinas. Y ahora lo necesitaba.Ambos sonrieron
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