El viento soplaba con fuerza en la cima de los rascacielos de New York , azotando con fuerza como si intentara arrancarlos de raíz. La niebla descendía densa, serpenteando entre los edificios con una gracia espectral, ocultando lo que no debía ser visto, revelando apenas sombras entre la espesura. Pamela observaba desde una de las ventanas de la casa estaba allí, sola, con el abrigo cerrándosele en el pecho, el corazón latiéndole como si presintiera que algo —o alguien— estaba a punto de emerger de esa neblina con el peso de un pasado que no quería revivir.La llamada anónima la había conducido hasta ese lugar. Una voz disfrazada, disfónica, cargada de rencor. No le dijo un nombre, pero Pamela lo intuyó. Lina. No había otra persona que pudiera generarle esa punzada en el pecho, esa mezcla de culpa, asombro y miedo. Pero ahora, si las suposiciones eran ciertas, Lina estaba viva. Y no era la misma.Horas antes, Pamela y Theresa habían estado revisando los restos calcinados de la ofic
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