Desde el momento que Sofía había escuchado a Lucero, supo que era cuestiones de minutos para que ingresaran en la habitación, no tenía fuerzas para enfrentar esa realidad cuando su mente aún era un torbellino, donde el pasado y el presente se mezclaban únicamente para torturarla, y con las pocas fuerzas que le quedaban, lo único que pudo hacer, fue ingresar al baño, donde mojó su rostro y cabello con abundante agua, tratando de crear la ilusión de que durante el tiempo que duró la discusión, ella había estado tomando un pequeño baño, pero aun así, no sabía qué era lo que le esperaría al salir de allí, no sabía cómo hacer que su cuerpo dejará de temblar, hasta que de pronto lo escuchó.—¡Sofía!, ¡Sofía!—Por favor, Alexander, tranquilízate, ella debe estar en el baño.—Discúlpame Lucero, pero es fácil para ti decirlo, cuando no es tu esposa la que ha desaparecido.—Alexander. —su nombre afloró en sus labios como un suspiro de vida, como un ancla resistente, o como un salvavidas, o cual
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