—Abre las piernas y piensa en la manada.La voz de Helga, la vieja loba que servía a la prometida del Alfa, fue tan cortante como un trozo de vidrio. No hubo un "feliz cumpleaños". No hubo ni una pizca de compasión en sus ojos fríos. Solo esa orden, cruda y asquerosa.Me quedé paralizada en el pasillo de servicio, con un trapo sucio en la mano. Hoy cumplía dieciocho años. El día en que mi loba, si es que alguna vez decidía aparecer, podría reconocer a su mate. El día en que, para el resto de las chicas de la manada, significaba esperanza.Para mí, solo significaba esto."No voy a llorar", me dije, clavando las uñas en mis palmas. "No les daré esa satisfacción".—¿Me has oído, mocosa? —insistió Helga con una mueca de asco—. El Alfa Damián te espera en sus aposentos. Es tu deber. El deber por el que tu patética manada te vendió.Ah, sí. Mi deber.No era una guerrera. No era la hija de un Beta. Era Aila. Una mercancía. Vendida a la manada Colmillo Negro hacía cinco años para servir
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