CAPÍTULO 13El Clímax del Desastre El sol se había puesto, y la casa de mis padres, que hacía solo unas horas parecía un campo de batalla emocional, ahora era nuestro refugio. El gato de la abuela, el fiel guardián de la moralidad, había abandonado su puesto y se había quedado enroscado en una de las almohadas navideñas del sofá roncando ruidosamente. La tentación, ahora, no tenía un chaperón peludo que la detuviera.Jack y yo nos miramos. La sonrisa que tiraba de mis labios era nerviosa, la suya, era una promesa. El silencio que se había instalado ya no era incómodo. Era un preludio.— ¿Y ahora, Comandante? —me susurró Jack, su voz era un ronroneo que me erizó la piel—. ¿Cuál es el siguiente movimiento?La pregunta era una trampa. Una trampa en la que me moría por caer. Me acerqué a él, y en la penumbra, nuestros cuerpos se encontraron. El beso que le di no
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