La puerta chirrió apenas Tomás la empujó con cautela. El interior de la casa era oscuro, con las cortinas cerradas y un leve olor a humedad mezclado con tabaco viejo. El hombre mayor, el mismo que le había dejado el sobre con pistas la noche anterior, lo esperaba en la penumbra, sentado en un sillón raído junto a una lámpara encendida a medio brillo.—Pasa, muchacho… Cerrá la puerta —dijo con voz ronca.Tomás obedeció, manteniendo una mano cerca de su arma. El viejo no parecía peligroso, pero después de tantas sorpresas en el caso, ya no confiaba en nadie.—¿Qué es exactamente lo que sabés? —preguntó Tomás, directo.El anciano encendió un cigarro con manos temblorosas y exhaló lentamente.—No lo sé todo, pero vi cosas… Y guardé silencio durante años, como un cobarde. Ahora mi tiempo se acaba y quiero limpiar algo de la mierda que arrastré —tomó una carpeta del suelo y se la extendió—. Ese hombre… el de las fotos… Se llama Mauricio Ocampo. No es solo un asesino, es un cazador. Alguien
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