Julie permanecía con Sean, su cuerpo aún envuelto por la calma de la madrugada. Después del silencio compartido, Sean le había propuesto algo más que un viaje: un respiro. Una pausa elegida. Julie giró ligeramente el rostro hacia él. —Lo pensaré —dijo, sin prometer ni rechazar. Sean no insistió. Solo la observó como quien sabe que la respuesta vendrá cuando ella decida hablar con convicción, no por cortesía. Entonces se escuchó un ruido lejano, como una cuchara contra cerámica. Luego otro, más claro: una bandeja colocada sobre cristal. Julie se incorporó, Sean detrás de ella. —¿Y eso? —murmuró ella mientras caminaban hacia la sala. Al llegar, la escena era casi doméstica. Matías, despeinado, sentado en el borde del sofá con un vaso de jugo en mano. Emily, aún en pijama, colocando una pequeña bandeja sobre la mesa auxiliar. En ella: fruta fresca, croissants tibios, té de jengibre y miel, y un pequeño recipiente con nueces y semillas. —Buenos días, d
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