DominicEl estrés me carcomía mientras observaba, en silencio, los ventanales de mi oficina. Desde allí, la ciudad se extendía como un tablero de ajedrez: ordenada, brillante… engañosamente tranquila.Estaba por cumplirse el cuarto aniversario desde que mi padre me dejó al mando de la compañía. Un legado global, con tentáculos en los rincones más remotos del mundo. Elevarla hasta la cima no fue una hazaña sencilla. Me costó energía, salud, y en más de una ocasión, las ganas de seguir respirando. El personal que heredé era un desastre: incompetente, desorganizado, y peor aún, conformista.Ahora, sin embargo, mi mayor preocupación era otra: encontrar una secretaria. No una asistente cualquiera, sino una que pudiera aligerar el peso de mi agenda sin convertirse en otra carga. El problema era simple y desesperante: ninguna cumplía con mis estándares. Perfección, eficiencia, discreción, compromiso. ¿Era mucho pedir? Al parecer, sí. Elevar un imperio fue más fácil que encontrar a una secret
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