Dominic Eric aparcó el auto frente a la entrada del hotel. Era elegante con puertas grandes de manera tallada, una gran alfombra que se extendía como un río de terciopelo, luces cálidas que impedía que apartaras la vista y cinco pisos repletos de habitaciones que pormetían comodidad sin importar cuál eligieras. Bajé sin decir nada, ajustando el saco como un gesto automático mientras avanzaba. El portero, impecablemente vestido, hizo una leve reverencia mientras abría la puerta. En la recepción estaba un joven con uniforme azul que al verme, cambió su expresión totalmente indiferente por una llena de sorpresa y nerviosismo. Se enderezó de inmediato como si hubiese reconocido algo más que mi cara. —Bienvenido, señor Anderson —saludó con la voz ligeramente temblorosa—. La señorita Moretti lo espera en la suite 512. No respondí, solo asentí y tomé el ascensor. El trayecto hasta el quinto piso fue tranquilo, acompañado de la suave música clásica que salía de los parlantes. Al llegar,
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