Me observa fijamente con aquellos ojos desafiantes que reflejaban odio. Mientras mantengo la cuchara plástica frente a ella, suspendida en el aire, la tenue luz que se filtra por las cortinas dibujando sombras sobre su rostro demacrado por las largas horas de cautiverio.—Come, si no lo haces morirás de hambre, sobre todo, no sabrás cuales son mis planes para el futuro, menos podrás liberarte de estas cuatro paredes, menos ver a tu madre —insisto con voz pausada, hasta que finalmente, después de varios minutos de resistencia silenciosa, decide abrir los labios resecos para probar de la comida que le ofrezco—. Eso, buena chica. La obediencia siempre ha sido una virtud que aprecio enormemente en mis víctimas.Tras culminar la comida que apenas tocó con desgano evidente, recojo los envases de plástico vacíos y los dejó caer en el cesto de basura, seguido regreso a ella con pasos lentos y calculados, limpio con delicadeza la comisura de sus labios carnosos, disfrutando secretamente del co
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