El camino que descendía de las montañas era un sendero estrecho y sinuoso, cubierto por una densa vegetación que ocultaba el sol. El aire, antes fresco y limpio, se volvía pesado y húmedo a medida que se acercaban a la costa. El mundo que conocía Wolf había desaparecido. Ya no había vastos bosques de robles, sino una vegetación baja y pantanosa, desconocida para él. Era el reino de Hjordis, y el miedo era el aire que se respiraba.Wolf caminaba en silencio, con la mano siempre cerca del mango de su espada. Kael, a su lado, no dejaba de mirar a su alrededor, sus ojos moviéndose constantemente, como un ciervo asustado. Christina caminaba delante de ellos, su memoria de niña guiándolos por un camino que había olvidado hace mucho tiempo.—Hace mucho tiempo, esta tierra era un paraíso —dijo Christina, rompiendo el silencio—. El aire era dulce, y el río era cristalino. Mi padre solía llevarme a pescar. Pero con la llegada de Hjordis, todo cambió. La tierra se volvió sombría, y la gente... la
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