Las cenas en el gran salón se convirtieron en algo que esperaba con una ansia creciente. No solo por la comida, aunque siempre era abundante y deliciosa, sino, sobre todo, por la oportunidad de sentarme junto a Rajar. Él siempre me asignaba el asiento a su derecha, un lugar de honor que me hacía sentir importante, vista, a diferencia de las sombras en las que solía vivir en el jarlazgo de Wolf. Esa posición privilegiada, bajo la atenta mirada del clan, se sentía menos como una jaula y más como un sitio de pertenencia.Después de las comidas, mientras el resto del clan se dedicaba a sus festividades con risas y cánticos, Rajar solía pedirme que me quedara. A veces, Hjordis se unía a nosotros, su mirada astuta, nunca abandonando mi rostro, pero a menudo con una expresión de complacencia. Otras veces, estábamos solos, el crepitar del fuego en la enorme chimenea era la única compañía en el vasto salón, creando un ambiente íntimo que me envolvía por completo.Una noche, mientras observábam
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