La presencia de Sigrid se hizo tan abrumadora como la del propio Rajar. Después de su entrada, Rajar no volvió a posar su mano en la cintura de Christina. En su lugar, permaneció cerca de Sigrid, sus manos entrelazadas o sus hombros, rozándose con una naturalidad que a Christina le resultaba devastadora. Rajar le dedicaba sonrisas, no las breves y cálidas que le había dado a Christina, sino otras, más abiertas, más íntimas. Le susurraba cosas al oído, y ella reía, esa risa melodiosa que ahora le parecía el eco de su propia desdicha.Christina intentó mantener la compostura, beber su hidromiel, asentir a las conversaciones. Pero cada risa, cada mirada cómplice entre ellos, era una punzada en su corazón. La curiosidad inicial se transformó en una creciente incomodidad, y luego en una dolorosa comprensión.Hjordis, ajena al creciente malestar de Christina, o quizás fingiéndolo, se acercó a ella. —Sigrid es hija del Thane Harald, líder del clan de los Cuervos Azules —le informó con una son
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