Y se marchó como había llegado: con la cabeza en alto, los pasos firmes y la certeza de que el mundo giraba a su alrededor. Su perfume flotaba en el aire incluso cuando ya no estaba, como si dejara una marca invisible sobre todo lo que tocaba.Un camino de tela blanca se deslizó hacia el altar, y los invitados se acomodaron a cada lado, esperando el paso triunfal de los novios.Me quedé allí, inmóvil, sintiendo el peso de sus palabras clavarse en mi pecho. El peso de su desprecio, que me hacía sentir fuera de lugar, inservible y tan increíblemente diferente.Violines y cellos se entrelazaban en una melodía majestuosa que crecía poco a poco, extendiéndose como una ola invisible que empujaba a los invitados hacia el altar.Las luces doradas, colgadas bajo la carpa, resplandecieron con mayor intensidad, y algunas velas, antes apagadas, se encendieron mágicamente, como si hubieran estado esperando esa señal para despertar.Pero yo no me moví. Me quedé de pie, allí, sosteniendo una copa vac
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