Joseph Lerner se levanta de la silla y camina en círculos por la oficina, como un depredador que estudia la presa desde distintos ángulos. La rabia se ha transformado en cálculo frío; ya no es una reacción visceral, es estrategia. Ha escuchado a su hijo levantar la voz en su propia cara, ha sentido la insolencia de ese desafío filial. Lo acepta mal, y lo que menos tolera es perder el control.
—No se trata solo de imponerse —murmura para sí—. Se trata de demostrar quién manda, de desactivar la amenaza en el origen.
Enciende un cigarro, lo sostiene sin prenderlo. Su mano tiembla apenas un segundo y después se vuelve firme. Abre el teléfono en la mesa y marca varios números con movimientos seguros. Primero la oficina legal.
—Preparen todo —ordena—. Quiero cláusulas, embargos preventivos, opciones para congelar cuentas en caso de riesgo. Si Barron Hill intenta romper contratos, lo meteremos nosotros en una disputa que le cueste más que pensarlo. No voy a ceder terreno por el caprich