Regresamos a casa tarde. El día fue largo, lleno de cámaras, titulares, susurros y miradas que duelen. Clara. Las amenazas. Las fotos. La furia de Liam. El corazón de Camila latiendo lento, pero vivo. Todo me pesa en los hombros, como si llevara años sin dormir. Liam abre la puerta de nuestro departamento y me deja entrar primero. No dice nada. Solo se quita el saco y lo deja sobre la silla. Me sigue hasta la sala, donde nos sentamos en silencio. Los segundos pasan como si el tiempo tuviera miedo de interrumpirnos. —Estoy cansada —susurro, con los ojos cerrados. —Lo sé. Y entonces me mira. —Zoé —dice con voz grave—. ¿Por qué no te vas? ¿Por qué te quedas? Levanto la mirada. Su pregunta me golpea más de lo que esperaba. Porque la respuesta me quema por dentro. —Porque me importas. Porque Camila te quiere. Porque cuando te vi defendernos hoy… supe que ya no estás fingiendo. Y eso me dio más miedo que todo lo demás. Él traga saliva. No aparta la mirada. —Yo también tengo miedo

Estoy cansada de que otros decidan por mí. De ser una pieza más en el tablero de alguien más. Una esposa decorativa, una hermana con miedo, una figura vulnerable que necesita ser rescatada. Ya no más. Camino con paso firme por los pasillos del edificio principal del Grupo Westwood. Mi nombre está en la lista de seguridad. No me detienen. No me miran como una intrusa esta vez. He estado aquí muchas veces, fingiendo sonrisas. Fingiendo ser la esposa perfecta. Hoy no finjo nada. La recepcionista intenta detenerme antes de que abra las puertas del salón de juntas. —Señora Westwood, el señor Rosales está en una reunión importante. No puede entrar. —¿Importante para quién? —respondo sin detenerme. Las puertas se abren de golpe. Todos se giran a mirarme. Y ahí está. Esteban Rosales, sentado con esa falsa serenidad, rodeado de hombres que nunca me han tomado en serio. Clara no está, pero la siento presente. Como un eco venenoso en cada rincón. —Señores —digo—. Espero no estar interr

Nunca hablo de ella. No porque no la recuerde… sino porque aún duele. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si tuviera miedo de decir su nombre en voz alta y romperme.Helen.Mi hermana menor. Tenía solo diez años cuando el mundo decidió quitármela.Todo comenzó con una fiebre leve. Nada alarmante, según el médico. Un virus infantil, dijeron. Le recetaron antibióticos, descanso… y una sonrisa falsa que prometía que todo estaría bien.Yo fui el que la llevó al hospital esa mañana. Mamá no podía, y papá… bueno, papá nunca estaba. Ella iba sentada en el asiento del copiloto, abrazando su peluche favorito —un conejo blanco con orejas caídas— y cantando bajito una canción de dibujos animados. Me pidió una hamburguesa para después. Le prometí que se la traería.Nunca cumplí esa promesa.Cuando regresé, cuarenta minutos después, los pasillos estaban llenos de voces apresuradas y caras que no reconocía. Todo olía a desinfectante y urgencia. Recuerdo haber escuchado un código azul. No sabí

Las cámaras ya están listas.Luz blanca. Micrófonos alineados. Periodistas agolpados en los pasillos del edificio principal de la Fundación Westwood. Nadie quiere perderse la rueda de prensa más esperada del año. Una que podría arruinar o redimir una reputación, según quién la escuche.Zoé respira hondo tras bambalinas. Lleva un blazer beige claro, elegante pero sencillo. Cabello recogido. Maquillaje natural. El rostro de alguien que ha pasado por una tormenta… y ha sobrevivido.Liam se le acerca. Está impecable en su traje oscuro, pero su mirada no intenta esconder el cansancio. Tampoco la firmeza.—Aún puedes cambiar de opinión —dice él, como un acto reflejo.Zoé lo mira. Se le nota el nervio, pero ya no la inseguridad.—No quiero —responde—. No esta vez.Él asiente, y le extiende la mano.—¿Lista?Zoé entrelaza sus dedos con los suyos.—Nunca lo estuve tanto.Al subir al pequeño escenario, los flashes se disparan como relámpagos. Hay murmullos, susurros, tensión. Todos los medios i