La oficina privada de Sofía estaba oscura cuando el edificio quedó casi vacío. Solo una lámpara tenue iluminaba el borde del escritorio. Afuera, la ciudad brillaba con un resplandor frío, indiferente. Adentro, el silencio era espeso hasta que la puerta se abrió.Adrián entró sin pedir permiso, y Sofía levantó la vista sin estar realmente sorprendida.Había pasado todo el día ocultando fracturas, manteniendo la voz controlada, la mirada estable, los nervios bajo llave, pero cuando lo vio a él, todas las capas empezaron a deshacerse.—No deberías estar aquí —dijo ella, sin verdadera convicción.—No debería haber rumores sobre ti, ni titulares sobre tu vida privada, ni gente creyendo que tu cuerpo es un contrato —respondió Adrián con una brusquedad que intentó suavizar cuando se acercó—. Pero todo eso está pasando. Así que sí, voy a estar aquí.Adrián cerró la puerta con llave.Sofía tomó aire.—No podemos darnos el lujo de perder la cabeza justo ahora.Él se detuvo frente a ella.—Tú ya
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