El silencio en la habitación era casi irreal. Afuera, la noche cubría la villa con un manto de sombras silenciosas, pero dentro… dentro todo ardía. Arianna estaba de pie frente a él, con la bata blanca aún cubriendo su figura, pero su mirada hablaba más fuerte que cualquier palabra. Tenía los ojos brillantes, llenos de emociones que se desbordaban: miedo, amor, deseo… culpa. Greco la miraba como si fuera la última vez. Como si no pudiera confiar ni siquiera en el siguiente minuto. Como si supiera, en lo más profundo, que algo se rompía entre ellos… o que algo estaba por separarlos. Ella se acercó. El aire entre ambos era una brasa viva. —Hazme tuya… —susurró con una voz que temblaba, no de duda, sino de necesidad—. Te necesito, Greco. Hazme olvidar… haz que este momento sea solo nuestro. La bata cayó con un susurro suave, como una rendición. Greco la sostuvo de la cintura mientras su mirada descendía por cada curva de su piel desnuda. Sus labios recorrieron su cuello, besando con
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