El olor a humedad y metal oxidado invadía el sótano. Las paredes, cubiertas de azulejos agrietados, parecían absorber los gritos que pronto llenarían el aire. Greco cerró la puerta tras de sí con un golpe seco. Foltelio Saltelli, amordazado y atado a una silla metálica, intentaba mantenerse erguido, aunque su cuerpo traicionaba su miedo.Dante, siempre puntual, colocó una bandeja con herramientas sobre una mesa cercana. Alicates, cuchillas, jeringas, una linterna. Todo estaba perfectamente alineado. Greco no necesitaba de muchos instrumentos. Solo necesitaba la verdad, y sabía cómo sacarla.—Te di una oportunidad, Foltelio. Pero elegiste jugar con fuego —dijo con frialdad, sacando el cuchillo de su chaqueta.Foltelio forcejeó, los ojos abiertos como platos. Intentó hablar, pero la mordaza lo ahogaba.—Tranquilo, vas a poder hablar pronto. Quiero saber quién te dio la ubicación del contenedor —Greco apoyó la hoja contra la mejilla del hombre—. Y si me mientes, me lo vas a decir igual..
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