Incapaz de hacer algo que aliviara las preocupaciones de su amado esposo, Scarlet caminaba con el corazón hecho nudo. Frustrada, y sintiendo que era la raíz de tantas desgracias, se dirigió al jardín trasero. Aunque todo su ser le gritaba que fuera al despacho, que corriera hacia Derek y lo abrazara, se repetía una y mil veces, que solo lo agobiaría con su tormento. Prefería soportar las críticas y miradas de los empleados antes que convertirse en un peso más para él.Al llegar, se encontró con Ana, agachada, arrancando plantas con gesto hosco, casi con rabia.—Suegra, ¿qué le ocurre? —preguntó Scarlet, acercándose con cautela.Pero Ana, en vez de darle una de esas miradas cálidas que siempre le regalaba, giró el rostro deliberadamente para que Scarlet no pudiera verle la cara.—Nada, mi niña, estoy limpiando el jardín de las malas hierbas —respondió con voz ronca, quebrada, como si las palabras pesaran.Scarlet frunció el ceño y se agachó junto a ella.—El jardinero puede hacerlo. N
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