La casa del lago de Marcus era más ostentosa de lo que Darren esperaba. Ventanales enormes que daban al bosque, una chimenea encendida a pesar del calor templado y esa decoración moderna que buscaba ser elegante, pero que a sus ojos sólo gritaba pretensión. Había llegado puntual, como lo había planeado. Era él quien había solicitado esta reunión, no Marcus, aunque este último actuara como si tuviera el control absoluto.—Vaya, Darren Colbert en persona, o debería decir Darren Dalbus —dijo Marcus al abrirle la puerta, con una sonrisa irónica—. Pensé que me ibas a demandar antes que venir a hablar conmigo.—No pierdo mi tiempo con demandas —respondió Darren con frialdad—. Pero sí con verdades. Vine por respuestas.El interior estaba impecable. Copas dispuestas, sillones de cuero, un cuadro nuevo colgaba en la pared. Todo diseñado para impresionar, para proyectar una imagen de poder que, Darren intuía, ya no era del todo real. Se sentaron frente a frente en una sala privada, donde Marcus

El sol apenas asomaba cuando Daniel Dalbus firmó los documentos que le entregó Darren. Tenía la mano temblorosa, pero su firma era firme. Silvia lo observaba desde el borde de la cama, vestida con un conjunto elegante aunque ya marchito por el tiempo. Sabía que ese acto era decisivo, aunque no comprendía del todo la magnitud.—Todo por el bien de la familia —murmuró Daniel antes de dejar la pluma.—Claro que sí, amor —respondió Silvia con una sonrisa forzada, más aliviada por haber evitado otra discusión que por confianza.Darren tomó los documentos, los guardó en su portafolio y se despidió con una inclinación leve.Durante los días siguientes, la calma fingida se instaló en la mansión Dalbus. Todos creían que la firma había desbloqueado la prometida fusión con Automotores Colbert. Silvia hablaba de nuevas inversiones, William y Marcus celebraban discretamente. Incluso Daniel, aunque cada vez más débil, mostraba una chispa de esperanza entre sus medicamentos.Lo que nadie sabía era qu

No había pasado ni una semana desde que Leiah había vuelto a la ciudad, y ya todo lo que conocía había dejado de existir. La mansión Dalbus era ahora un recuerdo enterrado en la televisión y en los portales de noticias: saqueada, embargada, abandonada. Los muebles que una vez decoraron los salones brillantes de su infancia estaban ahora apilados en la calle, como restos de una fiesta lujosa que nunca volvería. Su madre, su hermano y ella se habían instalado en un pequeño departamento en la zona antigua, el mismo que había pertenecido a Silvia cuando era soltera. El olor a humedad impregnaba las paredes, y la calefacción apenas funcionaba.Cada mañana, Leiah despertaba con el mismo nudo en el estómago. Su padre seguía en coma, hospitalizado en una clínica privada que exigía pagos que ya no podían cubrir. Ella había intentado tramitar un crédito, vender lo poco que quedaba de valor, pero nada era suficiente. A diario llegaban notificaciones de acreedores. Su madre se encerraba en su cuar

Leiah caminaba por la vereda principal con la brisa de la tarde revolviendo su cabello. El edificio de la agencia creativa emergía ante ella como una promesa silenciosa. No era la gran empresa de sus sueños, pero después de todo lo que había pasado, se sentía como una victoria. Diseño de imagen corporativa, propuestas visuales, redacción de conceptos publicitarios. Todo aquello encajaba con lo que había estudiado, con lo que alguna vez pensó que podría hacer con su vida antes de convertirse en una ficha dentro de los negocios de su padre.No sabía cómo había llegado a esa oportunidad. Un correo con una oferta inesperada, una entrevista telefónica sin mayores filtros, una aprobación rápida. Todo había ocurrido con extraña facilidad, pero lo último que quería era cuestionarlo. Era un alivio tener un empleo digno, con un sueldo que le permitía vivir en un pequeño apartamento y mantenerse alejada de los gritos y acusaciones constantes de Silvia. Su madre había encontrado en ella el blanco

Los días pasaban como una bruma, Eva apenas y podía mirar algo alrededor sobre lo que pasaba en su propia vida, su mente estaba envuelta en ansias y confusión. Había conseguido la muestra del ADN de Leiah y esperaba impaciente a Johan con los resultados. Conseguir la muestra del hombre del taller mecánico fue algo más sencillo, resulta que tenía gustos ostentosos y adoraba las apuestas. Johan fue quien lo engatuso y consiguió la muestra. El parecido era innegable, pero también siempre había creído que Leía se parecía a su padre. Rubios de ojos claros. De Darren si nadie lo hubiera pensado, pero con Leiah, eran tan idénticos que nadie lo cuestionó, hasta que este hombre, se parecía mucho más.—Es su padre —confirmó Johan con un tono grave, cuando se reunieron en su oficina con los papeles aún calientes entre las manos.Eva tragó saliva. Miró la imagen del informe una vez más. La coincidencia genética era irrefutable.— ¿Crees que Silvia lo sabía?— preguntó ella consternada— No tengo l