A la mañana siguiente me levanté con el sol. Ya que técnicamente era un entrenamiento secreto, el señor Arthur, el lobo blanco y yo salimos de la manada. En mis brazos llevaba los materiales necesarios que había pedido el señor Arthur y daba pequeños brincos felices al seguirlo. Y, bueno, yo tenía una idea diferente a lo que sería este entrenamiento. La risa del señor Arthur sonó con un eco en la quietud del bosque en cuanto llegamos a un sitio "adecuado" y lo primero que salió de mi boca fue un "Aquí solo podríamos cazar peces". Sentados junto al arroyo, el hombre lobo de cabello revuelto y barba de días hablaba en voz baja y divertida. -¿Pensabas que te llevaría a cazar sin preparación? Pequeña, me he convertido en tu maestro. Ninguna alumna mía correrá antes de siquiera aprender a levantar la cabeza. Suspiré ante la baja risa a mi espalda. El lobo blanco también estaba divertido. —Presta atención, ¿Ves esta rama de sauce? — Dijo, sosteniéndola entre los dedos—. No
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