En cuanto el agua se tornó fría, Rownan me alzó en brazos para llevarme hasta el lecho, donde nos tendimos, buscando el amparo de las sabanas.Mi príncipe seguía llorando, lo escuchaba a pesar de que mi propio llanto me sacudía, sin que el rey descubriera como terminarlo.Él me abrasó, besó mis ojos hinchados y me prometió que pronto esa pesadilla terminaría; sin embargo, también su rostro estaba humedecido y engarrotaba las manos, incapaz de alcanzar la calma que necesitábamos.Pasó casi una hora y ninguno de los tres descansábamos, por lo que Rownan se incorporó y antes de que pudiera detenerlo, invadió la alcoba del príncipe, para tomarlo en brazos y llevarlo a mí presencia.Observé como lo arrullaba y al detenerse frente a nuestro lecho, ya el pequeño dejaba de chillar, contentándose con la voz acariciadora de su padre.—Es un Édazon—se jactó mi esposo—. Siempre termina saliéndose con la suya.Aparté las sabanas para que mis dos guerreros ocuparan el espacio que ya había calentado
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