Horas después, en un piso franco en Londres, el aire olía a polvo, metal y derrota. Las luces bajas proyectaban sombras largas en las paredes desnudas. Victor, de pie junto a una mesa cubierta de dispositivos abiertos, bajó la mirada mientras hablaba. Su voz, grave, tenía un filo de tristeza que no solía mostrar.—Es oficial —murmuró, sin atreverse a mirar a Sophie—. Mateo Sterling está muerto. Lo encontraron en los restos del segundo coche bomba. No tuvo oportunidad.Sophie sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Cerró los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera detener la marea de culpa que le subía por la garganta.Victor deslizó un teléfono dañado sobre la mesa, la pantalla rajada pero funcional. —El mensaje llegó antes de la explosión. Su última transmisión fue para ti, Sophie.Logan apoyó las manos sobre el respaldo de una silla, sus nudillos blancos. Sophie tomó el móvil con dedos temblorosos, respiró hondo, y presionó play.La voz de Mateo, cansada, quebrada, llenó la
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