Mi voz se quebró un poco al final. Apreté el vaso con fuerza y bajé la mirada, avergonzado de sentirme débil frente a mi padre.Él suspir y ascendió, comprensivo.—Es cierto, hijo. Lo vi muy feliz. Estaba radiante. Y eso… eso es lo más difícil. Ver a un niño sonriendo por una mentira.—No quise desilusionarlo —agregué, casi como una súplica—. No, delante de todos. No, frente a los reporteros, los invitados… y mucho menos frente a sus amiguitos.Mi padre cruzó las manos y se inclinó hacia adelante.—Lo entiendo, Charles. Créeme, lo entiendo. A veces, delante de un niño, no sabemos cómo actuar. Nos sobrepasa su inocencia… nos desarma. Pero no puedes quedarte callado para siempre. No puedes permitir que Adrien crezca creyendo en un cuento falso. Amelia se aprovechó de su cumpleaños, de su ilusión… para montar un espectáculo. Y tú lo sabes.Lo miré. Mi mandíbula se tensó. Di un trago más largo al whisky. Esta vez, el ardor no me supo igual. Ahora dolia.—No sé cómo decírselo —confesé—. ¿C
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