La noche había caído sobre Nueva York con un silencio extraño, apenas roto por el ruido lejano de los autos que transitaban las avenidas. En el pequeño apartamento de Emma Valmont, la atmósfera era tranquila, casi hogareña, aunque ambos sabían que cada segundo juntos era un regalo que podía desvanecerse en cualquier momento.Emma, recostada en el sofá con una manta sobre las piernas, miraba a Leonard con una mezcla de ternura y timidez. Habían pasado las últimas horas conversando, riendo y, a ratos, compartiendo silencios que hablaban más que mil palabras. Leonard, sentado en el suelo junto a ella, le sostenía la mano como si temiera que, al soltarla, volviera a desaparecer en algún rincón de Theros.Emma frunció el ceño de repente. Se removió incómoda y bajó la voz.—Leonard… creo que necesito pedirte un favor —dijo, mordiéndose el labio con un gesto nervioso.Él la miró con curiosidad, arqueando una ceja.—Pídeme lo que quieras, ya lo sabes.Emma dudó un instante antes de confesar e
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