Tres toques. Uno firme, uno inseguro y uno casi desesperado.Gonzalo bajó el brazo lentamente, con la palma aún rozando la madera de la puerta. Detrás, solo silencio. Un silencio que lo apretaba por dentro más que cualquier grito.Había llegado con la ilusión torpe de un hombre que cree que puede remendar un edificio con grietas sísmicas solo con palabras. «Solo quiero que me escuche», se había dicho. «Solo eso».Pero el silencio fue una respuesta.—No quiere verte, Gonzalo —dijo Paula finalmente, abriendo apenas la puerta. Su mirada era firme. Ni hostil, ni cálida. Solo eso: firme.Él asintió, tragando saliva.—Lo imaginaba.—No está preparada.Gonzalo apretó los labios. Sus ojos, rojos por la falta de sueño, buscaron más allá del umbral, intentando ver una silueta, una sombra, un indicio de ella. Pero Clara no estaba allí. Al menos, no para él.—Sé que la cagué. No hay otra forma de decirlo.—No estoy en posición de juzgarte —replicó Paula—. Pero ella… Gonzalo, la dejaste completame
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