Martes, a media mañanaEl día amaneció sin pena ni gloria, y el cielo de Madrid parecía un reflejo del ánimo de Clara: plomo denso, sin promesa de sol. Aún con el sabor amargo del café que Paula le había obligado a tomar, salió del juzgado con el corazón apretado. No hubo esposas, ni insultos, ni cámaras... pero sí una citación formal. Debía presentarse en calidad de investigada por presunto fraude corporativo.Martina y Paula la esperaban afuera, en un banco de hierro frío, indignadas.—Esto es una locura —murmuró Martina, pasándose una mano por el pelo—. Una maldita locura.—Y sin una sola prueba real —añadió Paula—. Solo “coincidencias” y un informe amañado.Clara no dijo nada. No podía. Tenía la garganta como papel de lija.—No estás sola, ¿vale? —dijo Paula, tocándole la mano—. Esto no se va a quedar así.***Mientras tanto, en la oficina central del Grupo Ferraz, Gonzalo estaba atrapado entre la presión de los socios, los abogados y su propio desasosiego. En su despacho, los docu
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