Gonzalo llevaba más de media hora mirando la misma hoja de balance y no había leído ni una sola cifra. El zumbido de la ciudad le llegaba desde los ventanales, filtrado por los cristales gruesos que no lograban aislar el ruido de su cabeza.

Clara. Su nombre aparecía como una gota constante en su mente, martillándole el juicio.

Desde el domingo no dormía bien. Desde el lunes no comía. Desde el martes… solo respiraba por costumbre.

La imagen de ella firmando la carta de renuncia, con los ojos inundados de incredulidad y rabia contenida, lo perseguía como una pesadilla.

Había sido él quien pronunció esas palabras frías: "Coge tus cosas. No quiero volver a verte."

Apretó los puños. No quería volver a ese momento, pero no podía dejar de hacerlo.

Se levantó de golpe. Cruzó la oficina a zancadas, abrió la puerta de su armario bar y se sirvió un whisky, a pesar de la hora.

Mateo entró sin tocar. Ya lo conocía demasiado.

—¿Otra vez bebiendo a las diez de la mañana?

Gonzalo no respondió. Dio un