Habían transcurrido algunos días desde la presentación de Elian, y con ella, una rutina tibia se había instalado en la casa, envolviéndolos en una calma engañosa. No era reconciliación. Tampoco ruptura. Era un punto muerto. Una pausa larga que lo contaminaba todo, como el aire denso que se cuela entre dos personas que ya no se tocan, pero siguen respirando el mismo oxígeno. Céline retomó su rutina con la eficiencia que siempre la había caracterizado: despertaba antes que nadie, organizaba los horarios escolares, firmaba informes, atendía llamadas. Todo seguía igual por fuera, pero por dentro, algo se había desplazado, algo que no lograba nombrar, aunque lo sentía en los gestos automáticos, en la forma en que ya no esperaba nada cuando escuchaba el ascensor por la noche. Kilian estaba presente… pero no. Había regresado al hogar, pero no a ella. Dormía en la misma cama, sin cruzar la línea invisible que ambos parecían respetar como una tregua silenciosa. A veces, despertaba y lo encon
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