El día amaneció muy soleado y perfecto.La Fundación tenía ese ritmo suave de los días normales: sin visitas importantes, sin eventos especiales, sin noticias urgentes. Solo el ir y venir de los pasos conocidos, las risas de los niños, el olor a café temprano y las voces que se saludaban con familiaridad.Cynthia estaba en su consultorio, con la bata blanca ligeramente arrugada y el cabello recogido en un moño relajado. Frente a ella, una joven paciente apretaba los bordes de su bolso con ambas manos. Era su primera ecografía. Venía sola. Y estaba visiblemente nerviosa.—Respira profundo —le dijo Cynthia con suavidad, girando la pantalla del ecógrafo hacia ella—. Estás bien. Están bien.—¿Están? —repitió la joven, con el ceño fruncido.Cynthia sonrió, y con un dedo señaló la pantalla.—Dos latidos. Dos sacos. Vas a tener gemelos —le sonrió.Hubo un segundo de silencio. Luego, los ojos de la paciente se llenaron de lágrimas. De incredulidad, de miedo y de emoción. Tal vez una mezcla de
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