129. El Sabor del Control
El alba se filtró en la habitación, una luz gris y vacilante que encontró a Selene y Florencio dormidos, espalda con espalda, un equilibrio precario en medio del caos. Selene fue la primera en despertar. Sintió el calor sólido de la espalda de él contra la suya y, por un instante, se permitió la indulgencia de esa sensación de seguridad, un lujo que no había conocido en años. Pero el momento se rompió. La realidad, con sus dientes afilados, volvió a morder. Se apartó de él con cuidado para no despertarlo y se levantó de la cama. En la sala, Mar seguía acurrucada junto a la chimenea apagada. Dormía un sueño profundo, el de un cuerpo que ha llegado al límite del agotamiento. Su rostro, a la luz de la mañana, parecía el de una niña, inocente, despojado de la locura y la obsesión. Selene sintió una punzada de algo que se parecía a la piedad, pero la aplastó de inmediato. La piedad era un veneno que no podía permitirse. Preparó café en silencio. El aroma llenó la cabaña. Fue ese olor, el
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