120. La Paciencia del Cazador y el Hambre de la Loba
El penthouse se había transformado en el nido de dos conspiradores. La pizarra blanca era su mapa de guerra, cubierta de nombres, flechas y posibles escenarios. El aire ya no olía a miedo, sino a la calma fría que va antes de una jugada de ajedrez decisiva. Habían lanzado su pieza más peligrosa al tablero —el rumor de Mar como la "Reina del Agua"— y ahora solo les quedaba esperar que sus enemigos se devoraran entre ellos.La espera era una tortura de un tipo diferente. Selene la sentía como una jaula invisible, sus instintos de loba gritándole que saliera a cazar, a actuar. Para combatirla, se sumergió en un entrenamiento físico implacable. Cada mañana, mientras Florencio se encerraba en su estudio para dirigir su guerra de información con Giménez, ella convertía el espacioso living en su propio dojo.Practicaba las formas de combate que su memoria muscular recordaba, pero con una nueva conciencia de su cuerpo. Ya no buscaba la transformación, sino la perfección de su forma humana. Su
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