—Lau... —murmuré, atónito, sin saber todavía cómo continuar.Con cierto pudor, tapándose el pecho con el brazo derecho, se metió debajo de la cama y reptó hacia mí hasta que su cabeza quedó a la misma altura que la mía.—Lau...—Shhh... —me dijo, poniéndome un dedo sobre los labios—. Ya has dicho suficiente.Dijo eso y volvió a abrazarme igual que antes. Su móvil sonó de nuevo. Torció el gesto. Se debatió entre si darse la vuelta y cogerlo o no. Finalmente lo ignoró y luego volvió a quedar cara a cara conmigo. Parecía esperar algo de mí. No me daba cuenta de qué era. ¿Un beso quizás? ¿Así, de la nada? No lo veía nada claro.En la espera, el móvil sonó por tercera vez. Visiblemente harta, chistó y se quitó el cubrecama de encima. Cogió el móvil, miró la pantalla, le dio a un botón, se tomó su tiempo tecleando un par de cosas y lo dejó de nuevo donde estaba. Ahora, sin vergüenza ninguna, como si tanta serenata, tanta pérdida de tiempo, tanta molestia innecesaria hubiese espantado todos
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