Me siento agotado. Mi cuerpo está débil, como si se deshiciera por dentro.Quiero abrir los ojos, pero no puedo. Tengo frío. Un frío que me recorre los huesos.Entonces la veo. Ella. Llora mientras me observa. Estamos en un hospital. Intento levantar la mano, pero no responde.Mis párpados pesan toneladas, pero junto todas mis fuerzas y los abro.Y cuando lo logro, alguien la tiene por el cuello, con una pistola en la cabeza.Dispara.Despierto de golpe, con el corazón a mil.Giro. Sol está dormida a mi lado.Lentamente muevo la mano y acaricio su rostro.Los recuerdos me golpean el estómago. Duelen.¿Cuánto ha llorado? ¿Ha dormido?Abre los ojos. Levanta la cabeza.Los tiene tan rojos que casi creo que están enfermos.—¿Cómo te sientes? —pregunta.—S-Sol... —intento quitarme lo que tengo en la nariz, pero ella me sujeta la mano.—Estás loco. Déjate eso —dice justo cuando el doctor entra.—Ya despertó. Ya veo que intentó quitarse el oxígeno. No pasa nada, se lo voy a retirar —dice, ac

—Hola, putita de cuarta—Clara da un respingo al escucharme.La esperé sentado cómodamente, fundido en la oscuridad del apartamento. Hablé justo cuando encendió la luz.Intenta abrir la puerta para huir, pero uno de mis hombres ya está ahí, tal como lo supuse.Las personas como ella son tan predecibles. Tan desesperadas, tan obvias.La empujan y cae al suelo con un gemido ahogado.—D-Dante... —solloza, girándose hacia mí.—¿Qué? ¿Acaso viste al diablo?—me burlo.Me pongo de pie con calma. Camino hacia ella con pasos suaves, pero firmes. El sonido de mis zapatos, los que Sol me regaló, retumba en la madera como una advertencia. Llevo puestos guantes de cuero negro y una chaqueta.—¿Jugando a las escondidas? Llevo tres días buscándote, y mira en qué hermoso lugar encontré. Tan considerado mi hermano, ¿no?—Ella tiembla. Llora y suplica con la mirada. Pero no siento ni una pizca de compasión.Si a Sol la he castigado y es la mujer que en vuelve loco, ¿qué no haré con esta obsesiva de mie

—¡Destrocen la maldita casa! —ordeno a mis hombres.—¡E-espera! ¡Espera! ¡Dile que le pagaré hasta el último centavo, por favor! Esta casa es de mis hijos... es lo único que les dejaré —suplica.Lo único que ven son mis ojos, me cubrí el rostro. La tía de Sol me mira, aterrada. Pero no por miedo, más bien por la furia que le provoca lo que está sucediendo.Su marido, el causante de todo esto está arrodillado, suplicándome mientras me sostiene de las pantorrillas. El terror en sus ojos me agrada.Me agacho y le toco la frente con la pistola.—Tienes un mes para entregarme quinientos mil dólares... o todo esto —señalo la casa con el arma— lo prenderé en fuego —le doy unos golpecitos en la sien con la pistola—. ¿Te quedó claro?—Cómo odio a esta familia.—S-sí, sí... —responde, moviendo la cabeza con rapidez.Sonrío, divertido aunque se que no pueden verme.—Lo mejor sería que te suicides si no logras conseguir ese dinero... así como el asqueroso de Emiliano——¡Cállese! ¡Usted, delincuen

—No me cabe en la cabeza esta situación... Parece que lo hiciste a propósito, para regalarle el bar a Marco y dejarme en la quiebra —aunque me escucho calmado, no lo estoy. Mi padrino resopló.—¿Te has vuelto loco? Puedes largarte a tu casa si no tienes nada mejor que decir aparte de tonterías... Además, en la quiebra no estás. Bastante caro me cobras por cualquier trabajo —chasqueo la lengua, disgustado.—No creas que matar es divertido. Y con lo que pagas, no me alcanza ni para tapar los huecos. Si no fuera por mis trabajos extras, ya estaría quebrado. Pero voy a darte el beneficio de la duda... Enzo...—Su teléfono vibra justo cuando va a responderme. Veo el nombre en pantalla y río negando con la cabeza.Se lleva el aparato a la oreja, y no dice mucho.—Bien. Marco firmará los papeles hoy mismo y se pondrá en marcha cuanto antes. Espero su colaboración, capitán. A partir de ese trabajo, es libre de mí —cuelga.—¿Qué hiciste? ¿Le perdonaste la deuda que tenía contigo con tal de que

Un mes más tarde.—Doctor... ¿no está muy pequeña mi panza? Ya tengo nueve semanas y sigo plana, casi no se nota con la ropa —Dante ríe.—No se preocupe, doctor. Ya le he dicho que es muy delgada, es normal que no tenga tanta panza —lo miro de mala gana.—Cállate —mascullo.El doctor me explica que es normal, que apenas tengo dos meses, y que eso no es mucho tiempo. Aun así, ya se nota un leve abultamiento en mi vientre bajo.Salimos de la cita. Nuestro bebé va muy bien. Ya no hay amenaza de aborto. Soy la mujer más feliz del mundo.Dante habla por teléfono mientras mantiene una mano firme y cálida sobre mi vientre. Aunque nunca le ha hablado directamente al bebé, siempre me acaricia y me recuerda que debo hidratar la piel, tomar mis vitaminas y ejercitarme con cuidado . Es dulce. Tiene sus maneras.Últimamente tiene ojeras muy marcadas. Trabaja hasta tarde, y casi no nos vemos, pero aún así, busca el modo de llevarme a comer o sacarme a distraerme. Me encanta que siempre cumple todos