El consultorio estaba en penumbra, envuelto en una calma casi sagrada. Una tenue luz azulada iluminaba el ambiente, dando a todo una atmósfera etérea, como si estuvieran dentro de un sueño. Alejandra yacía en la camilla, con la bata abierta hasta el vientre redondeado. Su piel temblaba ligeramente por la mezcla de frío y emoción, pero no soltaba la mano de Matías, quien permanecía a su lado, firme, sus dedos entrelazados con los de ella como un ancla.Matías la miraba con una intensidad que hablaba de miedo y de ternura, de una esperanza que nacía en lo más profundo de su pecho. Cada segundo que pasaba parecía latir con más fuerza dentro de su pecho, como si todo lo que eran, todo lo que habían sobrevivido, se concentrara en ese instante.El médico, un hombre de voz serena y manos expertas, deslizó el ecógrafo con suavidad sobre el vientre de Alejandra. El gel frío la hizo estremecer apenas, pero no apartó la vista de la pantalla.Un silencio reverente llenó el cuarto.Y entonces, ahí
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