La lluvia golpeaba los cristales con un ritmo pausado, casi melancólico. El sonido era constante, hipnótico, como si el mundo allá afuera se estuviera deshaciendo lentamente en gotas de agua. La cocina estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz cálida de la campana extractora. Alejandra sostenía una taza entre las manos, pero no había probado ni un sorbo de la infusión que revolvía de manera mecánica. Su mirada estaba fija en el teléfono sobre la encimera. La llamada de Clara aún resonaba en su mente, como un eco persistente que no lograba acallar.
—“Matías fue esta mañana. Firmó el documento de compromiso legal. Reconoció voluntariamente la paternidad. Incluso antes del nacimiento.”
Se lo dijo con voz suave, sin juicio, solo como quien transmite un hecho importante. Y sin embargo, para Alejandra, fue como si el mundo se hubiese detenido un momento.
Matías no se lo había contado. No la consultó. Lo hizo por su cuenta, sin pedir permiso, sin esperar nada a cambio. Actuó movido por