Alejandra se miró al espejo con calma. Llevaba una camiseta ancha que no le tapaba del todo el vientre redondeado. Se acarició la piel estirada con dedos suaves, como si dibujara algo invisible. Su cuerpo había cambiado. Las caderas más anchas, los pechos más pesados, la línea vertical que cruzaba su abdomen. Y, sin embargo, nunca se había sentido tan suya. Tan viva. Tan real.
Matías pasó por detrás, con el cabello húmedo aún goteando sobre su nuca. Una toalla colgaba de su cintura, marcando sus caderas huesudas y la fuerza de su abdomen. La vio reflejada y le sonrió.
—Estás preciosa.
Alejandra rodó los ojos, pero se sonrojó igual.
—Dices eso porque estás enamorado.
Matías se acercó, posó una mano en su cadera y la otra en su vientre. Apoyó la frente en su hombro y habló contra su piel.
—Lo digo porque es verdad. Aunque también estoy enamorado. Así que tienes razón dos veces.
•••
Pasaron el domingo sin salir del apartamento. En pijama, descalzos, tirados sobre el suelo del living entr