32“El inframundo”Cuando Nena regresó, sus manos manchadas de tierra oscura y sosteniendo hierbas de hojas afiladas y flores de un púrpura casi negro, la atmósfera en la cabaña se espesó, cargada de un poder inquietante. Marie preparó la infusión en un caldero de hierro ennegrecido, el agua turbia tiñéndose de rojo oscuro al mezclarse con el jugo de granada y los granos de cebada, una libación ofrecida a las deidades olvidadas de las profundidades.Sebastián se sentó en la silla, la madera fría y áspera bajo sus muslos tensos. El cuenco humeante se colocó bajo sus pies, el aroma agridulce elevándose como un sudario. Los cánticos de las brujas no eran melodías reconfortantes, sino letanías guturales, invocaciones a los espíritus ctónicos, resonando con la oscuridad que comenzaba a envolver a Sebastián.La conciencia del alfa se deshilachó, la realidad se retorció en formas grotescas. Sintió el tirón frío de otro plano, una succión hacia un abismo donde el tiempo y el espacio se desdi
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