La ciudad parpadea a través de los ventanales, ajena al peso que Alexander lleva en el pecho. Se sienta en el borde de su cama, la chaqueta del traje aún puesta, la corbata floja, los ojos perdidos en la oscuridad del dormitorio. El eco de la gala todavía retumba en su mente: las risas falsas, las sonrisas forzadas, la presencia insoportable de Camille a su lado... y, sobre todo, la mirada herida de Isabella, que apenas pudo sostenerse antes de apartarse de él.Ella piensa que lo ha elegido a propósito. Que prefiere las apariencias, el compromiso frío que lo ata a Camille. Pero nada podría estar más lejos de la verdad.Alexander se siente vacío. No hay triunfo en su vida sin Isabella ni sus hijos. No hay sentido en los contratos, en los millones, en los eventos sociales. Todo su mundo, todo lo que realmente importa, está a pocos metros de él en este mismo edificio, pero se siente más lejos que nunca.Se pasa una mano por el rostro, frustrado. No puede seguir así. No puede permitir
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