C181- NO LA DEJES SOLA.Lucy iba tendida sobre la camilla, con los labios pálidos, el rostro empapado en lágrimas y la mirada fija en el techo blanco del hospital. Las luces pasaban sobre ella como ráfagas, pero no soltaba la mano de Cassio.—Vé por él… —susurró—. Por favor, Cassio… ve por Eros…Él se inclinó un poco, caminando al lado de la camilla, tratando de calmarla, pero sabía que no bastaban las palabras.—Lo haré, te lo prometo… pero tienes que tranquilizarte, ¿sí? Ellos van a…—¡No! —interrumpió ella, negando con desesperación—. ¡Quiero verlo! ¡Cassio, vé por él! ¡Por favor!Las puertas del quirófano se abrieron de golpe y un médico con bata verde se acercó.—Señor, no puede acompañarla. La paciente debe ingresar de inmediato para un legrado, necesitamos actuar rápido.Cassio apretó la mandíbula, sintiendo los dedos de Lucy soltarse de los suyos, y su estómago se contrajo cuando vio cómo la camilla desaparecía tras las puertas metálicas.Se quedó ahí con la garganta hecha un

C183-CITA GINECOLÓGICA.MESES DESPUÉS…Eros revisó su reloj con una leve impaciencia. El Rolex de acero brillaba en su muñeca, contrastando con su atuendo informal pero impecable: camisa blanca, pantalón de vestir azul oscuro que le marcaba los músculos y mocasines italianos. Ahora llevaa el cabello más corto, un corte clásico en capas que resaltaba su mandíbula firme. Se notaba recién afeitado, pero con esa sombra tenue que lo hacía ver siempre como salido de una maldita revista... o de una reunión con la mafia, dependiendo de a quién se le preguntara.—¿Estás lista, conejita? —dijo alzando la voz mientras se acercaba a la puerta del baño—. Ya quiero una nueva foto de nuestras bebés. La última la enmarqué, pero necesito una que combine con el color del despacho.Lucy salió del baño limpiándose la boca con una toallita húmeda. Llevaba un vestido largo de maternidad color esmeralda, elegante pero cómodo, que dejaba claro que estaba por explotar. La barriga era enorme, se notaba que no

C184- CAOS AMOROSO.Días después, la calma reinaba en la casa como si nada malo pudiera pasar. Lucy y Eros cenaban juntos en la terraza, bajo la luz cálida de unas lámparas colgantes y con el murmullo lejano de la ciudad.—He estado pensando en abrir otra sede del estudio —dijo, sin levantar la mirada—. Tal vez en Marsella, hay una zona que está creciendo muchísimo y preguntaron por clases privadas, sería un gran paso.Eros dejó el tenedor y la miró como si acabara de decir que había inventado la cura del cáncer.—¿Marsella? ¿Sabes la cantidad de bailarinas que vas a inspirar allá? —apoyó el codo en la mesa y se inclinó hacia ella, con esa sonrisa que derretía hasta al más frío—. Me parece perfecto. Lo único que pido es que me reserves una clase privada... para mí. Prometo no usar pistola, solo mis encantos.Lucy se echó a reír, rodando los ojos.—Tus encantos no sirven en una coreografía de jazz, Eros.—Claro que sí —replicó él, serio—. Bailo con el corazón... y con ya sabes que…Luc

C186- EL HOMBRE QUE NO QUERIA SER PADRE.La habitación privada del hospital era espaciosa, diseñada para ofrecer calma, pero afuera parecía un búnker. Dos guardaespaldas de Eros custodiaban la puerta como si dentro estuviera el Santo Grial.Lucy, recostada entre almohadas y con una manta cubriéndole las piernas, levantó una ceja al ver a uno de los hombres revisando el pasillo por cuarta vez.—¿De verdad crees que es necesario tener una maldita operación de seguridad afuera? —murmuró, mirándolo con cara de “te pasaste”.Eros, sentado junto a su cama con una de las bebés en brazos, apenas alzó la mirada mientras sonreía como idiota enamorado.—No son solo bebés, conejita... son mis hijas. Cualquier loco podría querer acercarse y no voy a correr riesgos.Lucy suspiró, pero su expresión se suavizó al ver cómo él miraba a la pequeña.—Pareces un mafioso enamorado.—Lo soy —respondió Eros sin titubear—. Enamorado hasta la médula.En la cuna transparente, la otra bebé dormía con la boca ent

C189- EL RIESGO DE VOLVERSE LOCO.DOS MESES DESPUES..La habitación estaba en silencio y solo el leve sonido de las mellizas respirando en su cuna rompía la quietud. Lucy, agotada, se dejó caer en el sofá con los pechos aún sensibles de la última toma. No había tenido tiempo ni para cambiarse de la camiseta manchada de leche.Eros entró sin hacer ruido, pero su presencia llenó la habitación de inmediato. Olía a tabaco caro y peligro, como siempre y sus ojos oscuros y llenos de deseo se clavaron en ella, en la curva de su cuello, en el escote despeinado.Dos meses. Habían sido dos meses sin tocarla como él necesitaba y si no la tenía, corría el riesgo de volverse loco.—Dos putos meses —murmuró, avanzando hacia ella con esa calma que solo escondía tormenta—. Y aunque entiendo por qué, ya no voy a esperar más, conejita.Lucy abrió la boca para disculparse, pero Eros no quería palabras. La agarró de la cintura y la levantó como si pesara nada y se la llevó a la habitación contigua y la d