Unos destellos cegadores me volvieron a la realidad. Los flashes de las cámaras explotaban a mi alrededor, transformando la alcaldía en un espectáculo caótico de luces y sombras. Cada destello era un latigazo de la realidad, un recordatorio brutal de que mi vida privada ya no me pertenecía. El murmullo crecía, convirtiéndose en un zumbido ensordecedor mientras las preguntas llovían sobre mí como una tormenta implacable.Mi nombre, el de Santiago, la palabra esposa, todo flotaba en el aire como una sentencia inapelable. Quise moverme, retroceder, hacerme invisible, pero mi cuerpo no me respondería.Entonces sentí una mano firme aferrarse a mi brazo. Un tirón me sacó del estupor y me obligó a reaccionar. Santiago. Su presencia me envolvió en un instante, su agarre transmitía una urgencia innegable, una necesidad instintiva de protegerme, aunque ni él mismo pareciera consciente de ello.Me atrajo contra su pecho en un gesto automático, como si aún le importara, como si el vínculo invisib
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