Desde el momento en que ella se volvió a sentar en la mesa, pude notar el peso de la preocupación en los hombros de Andrea. Su expresión, generalmente resuelta y firme, ahora estaba ensombrecida por la incertidumbre. Sabía lo importante que era este proyecto para ella, y ver su determinación tambalear por un problema burocrático me llenaba de frustración.
—Andrea, vamos a calmarnos —dije con suavidad, deteniéndome frente a ella y mirándola directamente a los ojos—. Sé que esto es importante para ti. Para los dos. Y por eso mismo, tenemos que encontrar la manera de solucionarlo.
Ella suspiró profundamente, como si intentara contener la marea de emociones que amenazaban con desbordarse. Se cruzó de brazos y bajó la mirada al suelo, un gesto inusual en ella, siempre tan altiva y segura.
—No entiendo cómo pudo pasar esto —murmuró con frustración—. Revisé cada documento, cada permiso. Todo estaba en regla.
—Entonces, investiguemos —propuse con determinación—. Vamos a la oficina de urbanism