El silencio en la oficina era sofocante. Hellen se quedó de pie junto a la puerta, incapaz de moverse, incapaz de hablar. Sus ojos, grandes y oscuros, estaban clavados en la imagen frente a ella: su esposo, el hombre con el que había intentado recomponer un matrimonio hecho pedazos, besando con ternura a Julio.El tiempo se detuvo. Todo lo que había hecho las últimas horas —cocinar con esmero, decorar la mesa, elegir un pastel con la esperanza ingenua de reconciliación— se volvió polvo. Su corazón latía tan fuerte que dolía, como si intentara escapar de su pecho.Sus labios temblaron. Dio un paso hacia atrás, y luego otro. Chocó con el marco de la puerta. Sus piernas se doblaron como si el peso de la traición fuera demasiado, y cayó de rodillas. El impacto fue seco, brutal. Sollozos desgarradores escaparon de su garganta, como un lamento que llevaba años contenido.Nicolás se separó bruscamente de Julio, como si el aire se hubiera vuelto fuego. Su mirada se llenó de horror al ver a
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