Parado frente a las puertas cerradas, su padre lo fulminaba con la mirada; mientras Ethan dio un giro como si fuera un soldado y se colocó, con las manos atrás, firme junto a la pared. Teo se acercó. Escuchó los zapatos raspar el suelo por detrás; pero los chicos aún no se habían ido. La sangre en la nuca se había coagulado, quedando tiesa sobre su piel, formando líneas duras. Cualquier dolor se esfumó, reemplazado por el retumbar del corazón y la sangre corriendo por sus venas en torrentes apresurados. Cuando estuvo a tres pasos de distancia, se detuvo. Su padre respiraba agitado. Sus fosas nasales se abrían y cerraban; en tanto, las manos en puños temblaban. Al tenerlo cerca, dio un paso al frente y alzó la palma. Teo giró la cara, cerrando los ojos; pero una mano en su barbilla lo obligó a regresar el cuel
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