El portón se cerró detrás de Mariana con un golpe seco, como si la casa misma quisiera marcar el final de algo. Ella salió casi corriendo, con el corazón apretado, con las lágrimas descendiendo por su rostro y un nudo en la garganta que le robaba el aliento. Sus pasos eran torpes, sus manos temblaban y sudaban . Todo dentro de ella gritaba que huyera, pero sabía que no había a dónde ir. Lo que acababa de pasar dentro de esa casa le había confirmado lo que tanto temía: Andrés la odiaba profundamente. Y no un odio simple, era uno que dolía, que quemaba, que se sentía en cada palabra, en cada mirada fría que él le lanzaba.—¡Mariana, espérame! ¡Amiga! —la voz de Sofía cortó el aire con urgencia.Mariana no se detuvo. Caminó unos pasos más hasta que sintió la mano de Sofía sujetándole el brazo con delicadeza. Se giró lentamente y, al mirarla, sus lágrimas cayeron sin freno. Eran como una cascada imparable, cargadas de dolor, rabia e impotencia.Sofía, al verla tan rota, no dudó en abrazar
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