Mariana entró a la oficina de Andrés con una sonrisa radiante, esa que solía iluminar incluso los días más pesados. Sostenía una bandeja con una taza de café humeante entre las manos, caminando con paso firme hacia el gran escritorio de roble donde su esposo hojeaba unos papeles con el ceño ligeramente fruncido.
—Aquí está su café, jefe —dijo Mariana con voz suave, dejándolo con cuidado frente a él.
Se paró erguida frente a Andrés, sus manos cruzadas detrás de la espalda, y añadió con profesionalismo:
—Ya está lista la sala de juntas y los socios están empezando a llegar.
Andrés levantó la vista, sus ojos grises se encontraron brevemente con los de ella. Una sombra de cansancio cruzaba su mirada, pero logró esbozar una leve sonrisa.
—Gracias, ya voy para allá —contestó, agarrando unos papeles junto a una carpeta azul. Esa carpeta contenía la presentación para el nuevo proyecto que tanto había trabajado durante semanas.
Mientras guardaba los documentos en su portafolio, se detuvo un se