El salón se mantenía en un silencio espeso, de esos que pesan más que las palabras no dichas. Afuera, el viento soplaba con suavidad, moviendo las cortinas con una cadencia pausada, como si incluso el tiempo supiera que algo importante estaba ocurriendo dentro de aquellas paredes.Alanna permanecía de pie junto a una de las ventanas, con los brazos cruzados frente al pecho, como si se estuviera protegiendo del frío… o tal vez de los recuerdos. Su madre, sentada aún en el sofá, la observaba con una mezcla de dolor y decisión, como si en su interior librara una batalla entre el remordimiento y la necesidad de reivindicarse.—Alanna… —comenzó la señora Sinisterra con voz suave, como si temiera romper algo frágil entre ellas—. Quiero que sepas que puedes contar conmigo. No solo porque soy tu madre… sino porque quiero ganarme ese lugar otra vez.La joven no se giró, pero sus hombros se tensaron. La palabra “madre” aún le dolía, aún le parecía lejana, casi vacía. Pero había algo en el tono
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