La noche envolvía la mansión Sinisterra en un silencio casi sepulcral. La brisa suave hacía crujir las ventanas de madera antigua, y la luna, escondida entre nubes densas, apenas se asomaba para iluminar el jardín.En su amplia habitación, la señora Sinisterra se removía entre las sábanas de satén, incapaz de conciliar el sueño. El rostro de Alanna, distante, frío, herido… la perseguía con cada parpadeo. No era la primera noche que no lograba dormir, pero aquella tenía un peso diferente, como si el aire estuviera cargado de un presentimiento que le apretaba el pecho.Suspiró, miró el reloj. Las agujas marcaban las 3:17 a.m. Cerró los ojos, forzándose a dormir.Y entonces… comenzó la pesadilla.Estaba en un pasillo largo, oscuro, con paredes húmedas y frías como piedra. Escuchaba un eco, pasos descalzos, y el sollozo de una niña. Avanzó con temor, guiada solo por la voz que suplicaba ayuda. Sus manos temblaban, su respiración se aceleraba. Y al girar la esquina, la vio.Alanna.Su hija
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